NI ÁNGELES NI DEMONIOS.

SÓLO SON PERROS. (Y SEGUIMOS SIN ENTENDERLOS)

EDITORIALES

por Pablo Cappa

3/18/20242 min leer

Los hechos acaecidos recientemente en la provincia de Córdoba, en los cuales dos perros atacaron y mataron en la vía pública a una adolescente, para posteriormente ser muertos a cuchillazos por un vecino, nos remiten a una escena digna de la época de las cavernas.
La absoluta incapacidad de los diferentes niveles del Estado para controlar la tenencia de perros de determinadas características y castigar (si, castigar) severamente su eventual incumplimiento, nos dan la certeza de que estos sangrientos episodios van a continuar ocurriendo.
Mientras tanto, como ya es habitual en estos casos, surge la polémica al más puro estilo argentino: emocional, hiperbólica, irracional y por ende, estéril. Como un Boca-River que se repite, distintas voces se entrecruzan: desde aquellas que califican de “asesino” a un perro o raza hasta las que dicen “es mansito, no hace nada” o “ah bueno, pero si lo molestan”.
La ciencia ha demostrado que los perros son seres sintientes y nuestra jurisprudencia los considera personas no humanas. Sin embargo, lamento desilusionar a los románticos amantes de los perros, así como a quienes los detestan, pero debo decirles que ellos no son ni buenos ni malos, ni asesinos ni santos: son amorales.
Claro que no son robots, tienen la cualidad de Agencia, es decir de actuar voluntariamente de acuerdo a sus representaciones mentales. Pero no por ello debemos asignar cualidades humanas a un animal: es antropomorfismo y en cierta medida nos pone a salvo de nuestra obligación sobre su Tenencia Responsable.
Por otra parte debemos saber que la famosa y “naif” afirmación de que “los perros son como uno los cría” es una peligrosa verdad a medias. Sí, claro, pero es políticamente correcta, lo que la gente quiere escuchar.
No existe, repito, no existe la dicotomía entre genética vs. ambiente (o crianza). La conducta de un perro en general es el complejo resultado de la interacción entre el ambiente, o sea las experiencias que le hacemos vivir al perro, sus aprendizajes y sus características genéticas.
Siempre tendremos en mayor o menor medida la influencia de la genética en el comportamiento de un perro. Se estima, es obvio que no se puede medir objetivamente, que por más buena (o mala) crianza que tenga un perro el componente genético constituye como mínimo el 25% de su conducta. Y eso sin mencionar una conducta dada en un momento particular (respuesta) bajo la influencia de estados emocionales.
Atardece en el Parque de Mayo mientras escribo el borrador de esta columna en mi vieja tablet. Al levantar la vista veo acercarse a un enorme perro... (no diré que raza para no “estigmatizarla” ¿vio?). Sin correa y sin bozal ¡Obvio!
La tablet y mi mano quedaron un poquito baboseadas, cosa de poca importancia para quien a diario trabaja con perros y convive con cinco. Detrás viene caminando lentamente el dueño, andaría por su treinta y pico.
– Tranquilo, jefe – me dice – ¡Es mansito!